Muchos se preguntan si hay continuidad entre la Doctrina social de la Iglesia enseñada por el papa Francisco y la enseñada hasta Benedicto XVI. ¿Están Laudato si’ y Fratelli tutti (o incluso la exhortación Evangelii Gaudium) en línea con Centesimus annus y Caritas in veritate? La tendencia predominante en los comentaristas es que hay que pensar que sí lo están porque no gusta constatar que lo que ayer decían los papas hoy se dice de modo distinto -o incluso se niega-, o porque el criterio de la «reforma en la continuidad», sugerido por Benedicto XVI en 2005, a veces se utiliza de manera demasiado vaga. Así, se defiende que las posibles discontinuidades son de orden pastoral y no doctrinal y que, como tales, no comprometen la autoridad magisterial del papa. Sin embargo, a menudo esto no es más que una salida para darle la vuelta al problema, dado que hoy los principales cambios doctrinales se realizan a través de la vía pastoral.

Si bien la cuestión que estoy planteando es amplia y necesitaría mayor espacio que el que pueda dar un artículo, me gustaría proponer, de manera muy resumida, algunos elementos en los que la continuidad no parece estar muy presente, y que atañen tanto al contenido como al método.

La Doctrina social de la Iglesia es «el anuncio de Cristo en las realidades temporales» y un «instrumento de evangelización». Estas dos características fundamentales no parecen ocupar, en los documentos sociales del papa Francisco, el lugar que tenían anteriormente. Ahora el espacio está reservado a la humanidad, la fraternidad existencial, la categoría de pueblo, el diálogo intercultural e interreligioso, la colaboración con todos, más que al anuncio de Cristo.

En segundo lugar, el enfoque ya no es, ni de lejos, de orden metafísico, sino existencial e histórico. Hay escasas referencias a un orden natural, al derecho natural, a la esencia del hombre, a las finalidades inscritas en la naturaleza humana e, incluso, a los conceptos de natural y sobrenatural. El acento está puesto, sobre todo, en el caminar juntos a lo largo de la vida, más que en trabajar dentro de la realidad para su ordenación en base a la recta razón y la verdadera religión.

Este planteamiento de tipo histórico más que natural lleva a centrarse más en lo nuevo, en el tiempo, en la valentía de cambiar, en el riesgo, en el ir hacia adelante, en el hecho de soñar, en la esperanza entendida desde un punto de vista existencial, en la experimentación de nuevos recorridos, en la puesta en marcha de procesos inéditos. Todo ello conlleva que el sentido de las propuestas tenga un rasgo notablemente aventurado, lo que hace que, a menudo, se salgan del contexto de la Doctrina social de la Iglesia y, también, de la tarea del magisterio petrino, asumiendo las características de opiniones en el debate público. No solo está cambiando la enseñanza social del papa, sino también el papel del papa en la enseñanza social.

El resultado es que algunos principios de la Doctrina social de la Iglesia acaban distorsionados. La encíclica Fratelli tutti propone unos puntos de vista del principio de subsidiariedad y del principio del derecho natural a la propiedad privada muy discutibles, si los valoremos a la luz de la Doctrina social de la Iglesia tradicional. Esto vale para el concepto mismo de «fraternidad». Por otro lado, una vez abandonado el concepto metafísico de «naturaleza», es lógico que el derecho «natural» a la propiedad privada se entienda de manera distinta, como también que la fraternidad ya no esté basada en la «naturaleza» común de los hombres.

El nuevo enfoque, de tipo existencialista e histórico, induce a introducirse en los meandros de las ciencias humanas, las lecturas empíricas de los fenómenos sociales, lo que lleva a cometer errores o a acoger acríticamente posiciones ideológicas. El riesgo es quedar atrapado en el naturalismo. En las encíclicas del papa Francisco, la lista de situaciones similares podría ser muy larga. Recordemos dos. La primera es la inclusión de datos muy cuestionables sobre el calentamiento global antrópico en una encíclica social como Laudato si’. La segunda es una lectura políticamente correcta y muy «gubernamental» de la pandemia del Covid-19. El valor magisterial de estas observaciones es nulo, pero este modo de actuar no es casual, sino que indica un enfoque distinto de las problemáticas sociales, en discontinuidad con el pasado, que «amasa» de manera nueva toda la comunicación social pontificia. Uno de los resultados es la imposibilidad de distinguir lo que es esencial de lo que es marginal.

Con el papa Francisco, como es lógico esperar por las observaciones anteriores, cambia también el lenguaje utilizado. Las palabras son nuevas, cogidas en préstamo del lenguaje periodístico o de los comentaristas políticos. Se trata de palabras-imágenes que, inciertas desde un punto de vista conceptual, asumen un valor vagamente evocador, como por ejemplo «muro» o «descarte». También son ambiguas, como es el caso de la palabra «pueblo», o las palabras «populismo» y «liberalismo», en el quinto capítulo de Fratelli tutti.

Como escribía al comienzo, se trata de temáticas muy amplias que requieren una profundización que vaya mucho más allá de estas notas. Sin embargo, hay tres aspectos que no hay que descuidar: el cambio existe; dicho cambio no puede eliminarse utilizando, de manera superficial y liberadora, el criterio de la «reforma en la continuidad»; es un cambio que no es ni casual ni accidental, sino que está bien conectado con la nueva perspectiva teológica que quiere imponerse en toda la Iglesia.

Stefano Fontana

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Direttore dell'Osservatorio Card. Van Thuận