El obispo Athanasius Schneider, en su libro Christus vincit que acaba de salir a la venta (Fede & Cultura, Verona 2020), hace una importante aclaración sobre el modo de comprender la libertad religiosa. En la declaración conciliar Dignitatis humanae se sostiene que el derecho a elegir la propia religión se basa en la naturaleza humana (números 2 y 4). Dicho derecho concerniría a la elección de cada religión, si bien en los límites del respeto del bien público. Monseñor Schneider cuestiona este punto y sostiene que la adhesión a la religión natural es una cosa, mientras que la adhesión a una falsa religión, como por ejemplo una religión idolátrica, es otra. La religión natural no es contraria a Dios, sino que en todo caso es manifestación de la religión verdadera; las otras religiones, en cambio, son contrarias a Dios. Por esto, en su opinión, esa afirmación conciliar es errónea y el magisterio debería revisarla.

En el número 4 de la Dignitatis humanae se afirma que la libertad religiosa está fundada “en la dignidad misma de la persona humana”. Con ello se excluye que la naturaleza de la persona esté ordenada a Dios (al Dios de la religio vera) como su fin último. En cambio, se piensa que está ordenada a un “ser supremo” indeterminado que puede darse en varias religiones, cualesquiera que estas sean. La libertad religiosa se basa en el derecho natural, pero el derecho natural está ordenado a Dios. Si se elimina este ordenamiento, o se plantea como dirigido a cualquier divinidad del panteón religioso, se cae en el naturalismo, pues se considera el plan del derecho natural como independiente. De este modo se pierde la continuidad entre lo natural y lo sobrenatural.

Esta continuidad resulta evidente por esta simple constatación. Las religiones idolátricas y falsas acaban demoliendo el derecho natural. Por un lado, su grado de verdad lo dan los contenidos de las leyes naturales que ellas cuestionan; por el otro, sus ritos y creencias positivas corroen e impiden la observancia de la propia ley natural. Solo en la religio vera esto no sucede, lo que demuestra que el derecho natural está ordenado a la verdadera religión católica, y no a cada religión.

La naturaleza humana funda la libertad religiosa, pero al mismo tiempo también la ordena y la califica con el fin de excluir, como resultado suyo, las falsas religiones que no pueden ser fomentadas públicamente, sino solo toleradas hasta cierto límites. Si, viceversa, la naturaleza humana es entendida solo como fundadora, pero no como ordenadora y calificadora (lo que equivale a negarla porque una naturaleza no normativa no sería ni tan siquiera naturaleza), se corre el riesgo de caer en una concepción de la libertad de tipo modernista. La tesis de una naturaleza que funda un derecho impreciso a la libertad religiosa es, por tanto, contradictoria.

En la declaración de Abu Dhabi, Francisco afirmó que la pluralidad religiosa es deseo de Dios. Al hacerlo, quiso desarrollar la Dignitatis humanae en el sentido que hemos visto más arriba, y que es erróneo. Según la declaración de Abu Dhabi, se supone que hay una naturaleza humana que funda el deber/derecho de buscar a Dios en general. No está claro cómo acepta esta idea la religión musulmana, pero la religión católica no puede aceptarla, porque se basaría en la naturaleza humana como fundamento de un derecho a una libertad religiosa indeterminada, mientras que la exigencia del Dios verdadero de la religión católica ya está presente en el derecho natural radicado en la naturaleza humana.

Hasta aquí mons. Schneider. Se puede continuar (confirmar y apoyar) este razonamiento con referencia a la doctrina de la “virtud de la religión” expuesta por santo Tomás en la Suma. La de la religión es una virtud -afirma el santo Doctor de la Iglesia- y la incredulidad, de la que es ejemplo la idolatría, es una culpa. ¿Por qué la de la religión es una virtud? Porque es expresión de la naturaleza humana, y cuando el hombre actúa en conformidad a los fines que derivan de su naturaleza actúa el bien y es virtuoso; en caso contrario, es réprobo. Ahora bien, la naturaleza humana no expresa una invitación generalizada a creer según la cual habría que considerar que cualquier creyente de cualquier religión es virtuoso. La naturaleza humana empuja naturalmente a creer de manera humana, natural y racional, es decir, de manera ordenada al Verbo Dios y no de cualquier manera desordenada.

La incredulidad es una culpa (aquí no estamos hablando de un juicio sobre el sujeto agente, sino sobre la acción), porque no corresponde a las exigencias de verdad que la naturaleza humana plantea a la libertad religiosa. Si la naturaleza humana fundara una libertad religiosa indeterminada, la religión ya no sería una virtud ni la incredulidad una culpa, la religión verdadera se equipararía a las demás religiones y elegir una o las otras sería equivalente, todas sometidas por igual a la misma protección de la autoridad política, que no tendría ningún deber hacia la verdad de las religiones, tal como sucede en el indiferentismo actual. 

Stefano Fontana

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