En el último número del  “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa”, dedicado a San Giuseppe: paternità, castità, lavoro [San José: paternidad, castidad, trabajo] en el Año dedicado al padre putativo de Jesús y protector de la Iglesia universal, se puede leer, entre  otras importantes contribuciones, un bonito ensayo del profesor José Noriega, antiguo profesor del Instituto Juan Pablo II y responsable de la edición del Dizionario su sesso, amore e fecondità de más de 1102 páginas publicado por Cantagalli en 2019. El título del artículo es: “Il padre: memoria della bontà dell’origine” [“El padre: memoria de la bondad del origen”].

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Ya sea por Freud, por Dostoyevsky o por el 68, el siglo XX ha sido el siglo del parricidio. Para José Noriega, la enfermiza relación entre el padre y el hijo es la ocasión de hablar de san José y su paternidad santificada, para confrontar la enfermedad y la cura. Si no está del todo muerto, el padre del siglo XX se ha “vuelto líquido, adaptable, incluso evanescente, gaseoso, hasta el punto de evaporarse”, escribe Noriega. Y con el padre se va también el hijo, que sigue siendo irresponsable, adolescente, caprichoso e incapaz de construir su propia vida y la de los demás. El hijo también se convertirá en padre, pero los hijos suelen eliminar la figura paterna y se encuentran sin preparación cuando crecen y forman una familia.

Padre “no se nace”, dice Noriega, sino que “se hace con el tiempo”, porque es imposible, sin orientación, asumir “las acciones y prácticas esenciales de la paternidad”, que son “generar, nombrar, proteger, educar”. Aparentemente no hay nada que aprender al generar o ponerle un nombre a alguien. Quizás sea un poco más difícil educar y proteger. Pero las acciones de la paternidad no son tan sencillas ni tan exigentes como parecen, porque Dios está involucrado. Al padre no se le pide que se limite a engendrar: se le pide que contribuya a la creación, junto con Dios.

Por consiguiente, san José es un modelo de paternidad por su especial papel de padre de Cristo y porque es necesario añadir la acción de la gracia al compromiso y la buena voluntad del hombre. Como en toda verdadera teofanía, el “miedo” a lo sagrado aparece inmediatamente en san José. De hecho, temía tomar a María como esposa, como leemos en el Evangelio (Mt 1,20-21). Noriega explica este miedo por sentirse inadecuado para la paternidad. También existe la exégesis clásica, según la cual José temía que María fuera objeto de burla o de lapidación, pero para un discurso sobre la paternidad basta con el argumento de la inadecuación.

No es tan extraño que el siglo XX, el siglo del ateísmo de masas, haya visto el eclipse del padre y de la familia. Es la gracia la que ilumina al hombre. A través de la gracia, el simple acto formal de darle el nombre a un niño se transforma y se convierte en la acogida del niño no nacido en su linaje, explica el autor. Lo mismo ocurre con la protección del niño: por la gracia, se convierte en la defensa de un destino, a partir de la simple intención de preservar la existencia de un ser vivo, lo que también tienen en común con los animales.

San José, por tanto, tenía en mente algo más elevado que la mera custodia material. De manera similar, José educó a Jesús no tanto para enseñarle un oficio o para hacer de él un buen ciudadano. El Espíritu Santo iluminó su mente y su voluntad de forma más sublime y superó el horizonte de la mentalidad mundana para alcanzar una sabiduría más elevada. Por caminos misteriosos, José aprendió que educar es un educere, un “sacar del niño algo que tiene dentro”, no algo que se le inculca desde fuera, escribe Noriega. Al introducir a Jesús en los ritos religiosos, en la oración, en el trabajo manual, José extrajo de la humanidad de su hijo lo más valioso.

La paternidad no se inventa y no se improvisa; es una vocación especial, aunque sea muy común. Hay muchos padres, pero pocos educadores. Muchos generan, pero solo en la carne donde, por el contrario, se requiere una generación espiritual. Noriega intuye que el que genera no solo debe ocuparse del origen, del nacimiento, sino sobre todo del telos, el propósito por el que un niño es llamado al mundo. La paternidad de san José es un modelo porque es completa, en el sentido de que no se limita a la procreación, sino que se extiende a toda la historia humana del Hijo, así como de su esposa María. Se parece a una misión delicada, llevada a cabo de forma excelente, por la profunda humildad de este padre y por otras muchas virtudes que recibió de Dios.

Silvio Brachetta

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