Este número del “Boletín” está enteramente dedicado a la encíclica Centesimus annus de Juan Pablo II, de la que se cumple el trigésimo aniversario. De hecho, lleva la fecha del 1 de mayo de 1991. Esperamos que este aniversario se convierta en una ocasión para que muchos relean esta gran encíclica y recuperen sus enseñanzas. Por el momento, nosotros cumplimos con nuestra parte, esperando que otros se unan a esta obligada conmemoración.

La Centesimus annus tiene un contenido muy rico. En primer lugar, celebra el centenario de la Rerum novarum (1891-1991), a la que dedica el primer capítulo. En segundo lugar, aborda los grandes acontecimientos de 1989, la caída del Muro de Berlín y del comunismo soviético en Europa del Este. Luego se pregunta si esto significa la victoria del sistema occidental. Por último, esboza las formas de compromiso de la Iglesia en la sociedad venidera. También son dignas de mención las importantes afirmaciones sobre la naturaleza de la Doctrina social de la Iglesia como, por ejemplo, su definición como anuncio de Cristo en las realidades temporales (n. 55), su pertenencia a la misión de salvación de la Iglesia (n. 5), su condición de instrumento de la nueva evangelización (n. 5), su carácter centrado en la fe (n. 54), su naturaleza práctica (n. 57), su carácter interdisciplinar (n. 59) y de corpus doctrinal (n. 5).

Los temas que aborda la encíclica, por tanto, son muchos, pero ¿cuál es el fundamental? Dado que el título del último capítulo de la encíclica es: “El hombre es el camino de la Iglesia” (una expresión derivada de la primera encíclica de Juan Pablo II, la Redemptor hominis), se podría pensar que el tema principal es el hombre y que la Centesimus annus representa, aunque de manera moderada, un “giro antropológico”. Es cierto que en la encíclica, como por lo demás en todo el magisterio de Juan Pablo II, está presente el personalismo, aunque siempre centrado en Cristo, pero soy de la opinión de que este no es el corazón de la Centesimus annus; un corazón que, en cambio, está constituido por la centralidad de Dios también en las cuestiones sociales. El corazón sigue siendo el grito “¡abrid las puertas a Cristo!” de su primera homilía como pontífice.

La centralidad de Dios se manifiesta, en primer lugar, por la visión que tiene la Centesimus annus de la Doctrina social de la Iglesia. Como ya he dicho, esta se considera el “anuncio de Cristo en las realidades temporales”, un componente esencial de la “nueva evangelización”, un elemento esencial de la “misión evangelizadora” de la Iglesia, una “parte esencial del mensaje cristiano” del cual “propone las consecuencias directas en la vida de la sociedad”. En todas estas expresiones se observa el adjetivo “esencial”, que indica algo que no puede faltar. La encíclica reitera, como hace la Rerum novarum, que “no existe verdadera solución para la cuestión social fuera del Evangelio”, confirmando así la pretensión cristiana de no ser meramente un humanismo nuevo y de no tener que mendigar al mundo las verdades que hay que anunciar y encarnar.

Por ello, la Centesimus annus recuerda que la Rerum novarum confería a la Iglesia una “carta de ciudadanía respecto a las realidades cambiantes de la vida pública” (n. 5). Por “carta de ciudadanía” debe entenderse el ejercicio esencial y no accidental de una función pública, relacionada con la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta, aunque tiene al hombre como “camino” (cf. n. 53), se basa, sin embargo, en Dios Salvador, en la medida en que la Doctrina Social “encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador”. Este punto no se expresa igual que lo hace León XIII y a veces el lenguaje varía, como cuando la encíclica reclama el derecho al descanso vacacional como un culto público debido a la majestad divina, basándose entonces en la libertad de religión. No se puede negar, sin embargo, que se afirma la centralidad de Dios.

Ciertamente, la Centesimus Annus habla del hombre como “camino de la Iglesia”, dice que su objetivo es la “defensa del hombre”, pero precisa y confirma que “conoce el sentido del hombre gracias a la Revelación divina” (n. 55), que “la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología” (n. 55) y que “la dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (n. 55). Cuando habla del hombre, no olvida expresar su “carácter trascendente”, refiriéndose así a un fundamento de la dignidad humana que no está en el hombre sino en Dios: “Precisamente en la respuesta a la llamada de Dios, implícita en el ser de las cosas, es donde el hombre se hace consciente de su trascendente dignidad”.

La centralidad de Dios (y no del hombre) también está presente en la encíclica de forma negativa. El sistema comunista se derrumbó, no principalmente por razones económicas o políticas, sino porque pretendía “desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados han demostrado que no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón” (n. 24). Juan Pablo II habla de un “error antropológico” del comunismo, pero quiere decir que en el fondo es un error teológico: “el vacío espiritual provocado por el ateísmo” (n. 24). La verdadera alienación es la falta de Dios. El totalitarismo “nace de la negación de la verdad en sentido objetivo” y, por tanto, de su fundamento objetivo último que es Dios, sin el cual la libertad se libera de la verdad y se convierte en totalitaria.

La Centesimus annus contiene muchas afirmaciones de la teología de la cultura. Y también aquí se observa la centralidad de Dios, no del hombre. Ciertamente, “al hombre se le comprende de manera más exhaustiva si es visto en la esfera de la cultura” (n. 24), pero “el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios” (n. 24).

En este año 2021, en el que se cumple el trigésimo aniversario de la Centesimus annus, será necesario redescubrir la centralidad de Dios y, por tanto, de la Doctrina social como misión de la Iglesia y no como mera animación social de las conciencias en una sociedad pluralista. El hombre es el camino de la Iglesia, dice la Centesimus annus, pero “solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera” (n. 54), y la Iglesia se propone ayudarle “en el camino de la salvación” (n. 54).

S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi

Obispo de Trieste

Fundador y Presidente emérito del Observatorio

 

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