Hace unos días, el periodista argentino Juan Pablo Ialorenzi, publicó en La Prensa –el diario fundado por José C. Paz en 1869– una columna de opinión titulada “Aborto y anticoncepción obligada en China”[2]. Allí consigna, a partir de “Esterilizaciones, DIU y anticonceptivos obligatorios: la campaña del PCCh para reprimir las tasas de natalidad uigures en Xinjiang”[3] de Adrian Zenz para la Jamestown Foundation, que “el gobierno de China obliga a las mujeres del grupo étnico-religioso Uigur, de la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, a esterilizarse, utilizar dispositivos intrauterinos (DIU) y a abortar. El objetivo sería limitar la población de musulmanes uigures, aunque China sostiene que estas acusaciones son infundadas”. Consigna, además de otras fuentes, las declaraciones de Joanne Smith Finley, experta en los uigures de la Universidad de Newcastle, quien señala que se está en presencia de un genocidio “lento, doloroso y encubierto”[4].

Ialorenzi señala que “no es extraño pensar que en China haya políticas públicas antinatalistas”. En este sentido, ilustra con esta referencia: “En 1979 entró en vigor la «política del hijo único» que fue vendida como una herramienta vital para el desarrollo del país, pero ahora lo pone el peligro, sobre todo en estos tiempos de desaceleración económica. Esta política permitía a los chinos Han tener un solo hijo, mientras que otras etnias de pueblos rurales podían tener alguno más, con los debidos permisos estatales. Se estima que mientras duró esta política se terminó con la vida de trecientos sesenta millones de niños por nacer y ya nacidos. Mayoritariamente se mató a las mujeres”. “En el 2015 –agrega– se puso fin a esta política antinatalista, laxando [relajando] la restricción y promoviendo dos hijos por familia, aunque, evidentemente, los controles siguen siendo férreos para las etnias menoscabadas. Después de tantos años los chinos no quieren tener hijos y la población se volvió reacia a formar una familia”.

El periodista argentino saca esta lección: “Cuando hablamos de política china no solo podemos ver los peligros, en términos de totalitarismo o de la implementación de inteligencia artificial en el área pública. Ahora, podemos ver, que también nos puede enseñar los peligros a largo plazo de la legalización del aborto. Este genocidio muestra al aborto y la anticoncepción obligatoria como un tipo de violencia contra la mujer y como un modo de control demográfico y menosprecio por la vida humana”.

Nos ha llamado la atención esta columna de Ialorenzi, entre otros motivos, porque en 2020 se cumplieron 25 años de la Encíclica Evangelium vitae de san Juan Pablo II (25 de marzo de 1995) sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. La Evangelium vitae, como es sabido, tiene una estrechísima conexión con la Doctrina Social de la Iglesia[5]. Como destaca Stefano Fontana, “según el paradigma «de las tres encíclicas» [se refiere a Evangelium vitae, Fides et ratio (1998) y Veritatis splendor (1993)], el tema de la vida está situado dentro de un orden social natural porque los hombres, tal como dice el hermosísimo párrafo 20 de la Evangelium Vitae[6], no están amontonados los unos sobre los otros como piedras, sino que existe un orden natural de la vida social y política que los hombres pueden conocer con sus capacidades naturales y defender con sus voluntades naturales, a pesar de que no consigan hacerlo nunca plenamente a causa del pecado original, a consecuencia del cual también para alcanzar los propios fines naturales se necesita la revelación y la gracia”[7].

El mismo san Juan Pablo II, en la Evangelium vitae, remite a una de sus Cartas en la cual establece una analogía por demás elocuente: “El centenario de la encíclica Rerum novarum, que la Iglesia celebra este año [1991], me sugiere una analogía sobre la que quisiera llamar la atención de todos. Así como hace un siglo la clase obrera estaba oprimida en sus derechos fundamentales, y la Iglesia tomó su defensa con gran valentía, proclamando los derechos sacrosantos de la persona del trabajador, así ahora, cuando otra categoría de personas está oprimida en su derecho fundamental a la vida, la Iglesia siente el deber de dar voz, con la misma valentía, a quien no tiene voz. El suyo es el clamor evangélico en defensa de los pobres del mundo y de quienes son amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos humanos”[8].

Inmediatamente agrega en la Evangelium vitae: “Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial” (EV, 5).

Muchas otras referencias de fondo podrían hacerse respecto de la Doctrina Social de la Iglesia en la Evangelium vitae. Debido a que la columna inicial de Juan Pablo Ialorenzi de la que partimos se refiere puntualmente al aborto y a la anticoncepción, conviene recordar que san Juan Pablo II afirma que ambas prácticas son “como frutos de una misma planta” (EV, 13)[9]. Citemo in extenso el texto del mencionado parágrafo:

“Se afirma con frecuencia que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción. La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la «mentalidad anticonceptiva» —bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal— son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino « no matarás ».

A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios. Pero en muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad. Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.

Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y «vacunas» que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano”.

El texto, además de muy bien escrito, nos parece que resulta elocuente respecto en realción al tema que venimos tratando en esta columna. Nos interesa destacar, con todo, esta afirmación: la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción.

El amable lector se preguntará qué tiene que ver, entonces, la relación establecida entre China, la Doctrina Social de la Iglesia y la Evangelium vitae. Aunque pueda resultar asombroso, hace unos años hubo un prelado que vive en la Santa Sede que se animó a decir que “en este momento [2018], los que mejor realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos”[10].

Las respuestas, en este sentido, no se hicieron esperar. Debido a la brevedad de la nota, señalaremos una de ellas. Es la del P. Bernardo Cervellera, director de la agencia Asia News (http://www.asianews.it/it.html). Señala que “en la entrevista que él [Mons. Marcelo Sánchez Sorondo]  concedió después de un viaje a Beijing, brinda un relato de una China que no existe, o, en todo caso, hay una China que los diligentes acompañantes chinos no le hicieron ver”[11]. El sacerdote italiano repasa, entre otros, estos tópicos: las medidas vinculadas al desarrollo urbano y la población, el narcotráfico, la libertad religiosa, la mistificación del bien común, la relación entre la política y la economía y la cuestión ecológica. El resultado de la evaluación, por cierto, no es que “los que mejor realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos”. Antes bien, se podría decir lo contrario.

Si al cuadro descripto por el P. Cervellera le sumamos, además, las medidas del gobierno chino sobre aborto y anticoncepción, ni en sueños –mejor habría que decir pesadillas– resulta consistente haber dicho las palabras citadas arriba. China, sin entrar en más detalles, ni siquiera pasa el test de bienes no negociables como son el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas[12].

Germán Masserdotti[1]

 

[1] Profesor universitario (Universidad del Salvador, Argentina). Magister en Estudios Humanísticos y Sociales (Universitat Abat Oliba CEU, España).

[2] Juan Pablo Ialorenzi, “Aborto y anticoncepción en China”, en La Prensa, 1° de julio de 2020, http://www.laprensa.com.ar/490658-Aborto-y-anticoncepcion-obligada-en-China.note.aspx [Fecha de consulta: 1° de julio de 2020].

[3] Adrian Zenz, “Sterilizations, IUDs, and Mandatory Birth Control: The CCP’s Campaign to Suppress Uyghur Birthrates in Xinjiang”, 29 de junio de 2020, en https://jamestown.org/wp-content/uploads/2020/06/Zenz-Sterilizations-IUDs-and-Mandatory-Birth-Control-FINAL-27June.pdf?x71937 y https://jamestown.org/press-releases/sterilizations-iuds-and-mandatory-birth-control-the-ccps-campaign-to-suppress-uyghur-birthrates-in-xinjiang/ [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[4] En 2019, Finley publicó “Uyghur Islam and Religious «De-Extremification»: On China’s Discourse of «Thought Liberation» in Xinjiang”, Oxford University Press, US, 2019. Puede consultarse en http://www.oxfordislamicstudies.com/Public/focus.html [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020]. Para ampliar desde un tratamiento periodístico remitimos, entre otros lugares, a  Asia News, “Xinjiang: stupri, abusi e sterilizzazioni nei ‘centri di formazione’ per uiguri”,  11 de noviembre de 2019, en http://asianews.it/notizie-it/Xinjiang:-stupri,-abusi-e-sterilizzazioni-nei-centri-di-formazione-per-uiguri-48429.html; Asia News, “Karluk: Io, uiguro, denuncio il fascismo cinese nello Xinjiang”, 14 de marzo de 2020, en http://www.asianews.it/notizie-it/Karluk:-Io,-uiguro,-denuncio-il-fascismo-cinese-nello-Xinjiang-49552.html; Marco Respinti, “Uiguri, vittime della lotta alla religione in Cina”, en La Nuova Bussola Quotidiana, 2 de agosto de 2018, en https://lanuovabq.it/it/uiguri-vittime-della-lotta-alla-religione-in-cina; Stefano Magni, “Cina, uiguri rieducati in massa all’ateismo”, en La Nuova Bussola Quotidiana, 28 de agosto de 2018, en https://lanuovabq.it/it/cina-uiguri-rieducati-in-massa-allateismo [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[5] Nos permitimos remitir a una columna propia. Cf. Germán Masserdotti, “La cultura de la vida celebra los 25 años de la Evangelium vitae”, La Prensa, 20 de enero de 2020, en http://www.laprensa.com.ar/484949-La-cultura-de-la-vida-celebra-los-25-anos-de-la-Evangelium-vitae.note.aspx.

[6] “Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo se entiende en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro, considerado como enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer sus intereses. Sin embargo, frente a los intereses análogos de los otros, se ve obligado a buscar cualquier forma de compromiso, si se quiere garantizar a cada uno el máximo posible de libertad en la sociedad. Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida.

Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más propiamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria— de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el « derecho » deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la « casa común » donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases: « ¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta dignidad? ».16 Cuando se verifican estas condiciones, se han introducido ya los dinamismos que llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana y a la disgregación de la misma realidad establecida.

Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad: « En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo » (Jn 8, 34)”.

[7] Stefano Fontana, “Evangelium vitae: el mensaje se ha perdido”, 2 de noviembre de 2015, en https://www.vanthuanobservatory.org/esp/evangelium-vitae-el-mensaje-se-ha-perdido/ [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[8] San Juan Pablo II, Carta a todos los obispos de la Iglesia Católica sobre la intangibilidad de la vida humana, 19 de mayo de 1991, en http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/letters/1991/documents/hf_jp-ii_let_19910519_vangelo-vita.html [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[9] Nos permitimos remitir a otra columna propia. Cf. Germán Masserdotti, “Frutos de una misma planta”, La Prensa, 13 de febrero de 2020, en http://www.laprensa.com.ar/485673-Frutos-de-una-misma-planta.note.aspx [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[10] Andrés Beltramo Álvarez, “Chinos, quienes mejor realizan la Doctrina social de la Iglesia”, 2 de febrero de 2018, en La Stampa, en https://www.lastampa.it/vatican-insider/es/2018/02/02/news/chinos-quienes-mejor-realizan-la-doctrina-social-de-la-iglesia-1.33975278 [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020]. Nos referimos a Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, entonces y, todavía hoy, canciller de las Pontificas Academias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales. “«Ellos (los chinos) buscan el bien común, subordinan las cosas al bien general», insistió el arzobispo argentino, en entrevista con el Vatican Insider. Pero aclaró que esa convicción no es originalmente suya. «Me lo aseguró Stefano Zamagni, un economista tradicional, muy considerado en todas las épocas, por todos los Papas», precisó. Se da cuenta que –en cierto sentido- sus dichos son políticamente incorrectos. Pero reflejan, sin duda, una nueva mirada”. Respecto de los dichos atribuidos a Stefano Zamagni, en “Sorondo e la Dottrina social(ista) della Chiesa”, Riccardo Cascioli aclara: “Da noi interpellato al telefono, ovviamente il professor Zamagni cade dalle nuvole e – oltre a rinviare ai suoi libri e interventi pubblici per conoscere il suo pensiero – fa notare che «si può parlare di bene comune solo all’interno della tradizione cristiana». Della Cina si può dire che negli ultimi anni ha promosso politiche volte a «diminuire le disuguaglianze economiche», ma parlare di bene comune è semplicemente ridicolo; anzi Zamagni mette in guardia dal fermarsi al solo aumento del Pil senza considerare altri indicatori sociali che danno un’immagine della Cina molto meno idilliaca”.

[11] Bernardo Cervellera, “Mons. Sánchez Sorondo en el País de las Maravillas”, 7 de febrero de 2018, Asia News,  en http://www.asianews.it/noticias-es/Mons.-S%C3%A1nchez-Sorondo-en-el-Pa%C3%ADs-de-las-maravillas-43037.html [Fecha de consulta: 3 de julio de 2020].

[12] Se trata de una lista no exhaustiva. En el caso de la República Argentina, además, habría que agregar el bien no negociable de la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer. Examinar la calidad institucional de la democracia argentina desde 1983 exigiría una nota aparte.

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Germán Masserdotti
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