Con la Nota del 20 de abril [LEER AQUI], nuestro Observatorio pretendía aportar su propia contribución para aclarar el significado de Occidente y, con ello, esbozar el marco cultural para pensar en la crisis actual y en una paz estable y cristiana en Europa.

De acuerdo con la mejor tradición clásico-escolástica, procedimos, adoptando la explicatio terminorum como premisa de toda argumentación, a denunciar los equívocos y a situar el discurso sobre los sólidos cimientos de una comprensión definida de lo que llamamos Occidente.

Sin embargo, de la Nota se puede, y de hecho se debe, derivar también la clave para la reflexión sobre el compromiso socio-político-cultural de los católicos de hoy.

Queriendo resumir el extenso texto de la Nota en afirmaciones breves y tajantes, podemos comenzar nuestra reflexión con unas simples premisas:

– el Occidente “esencial” es la civilización nacida del encuentro providencial entre el logos griego, el ius romano y la Revelación divina, es decir, Europa (desde el Atlántico hasta los Urales) + la Magna Europa (las proyecciones europeas más allá del continente europeo) en su identidad clásica-cristiana;

– el Occidente “esencial”, es decir, la civilización cristiana europea, conoce una declinación latino-romana y otra greco-bizantina según la antigua división en el Imperio romano de Occidente y el Imperio romano de Oriente superpuesta en el plano teológico-eclesial por el cisma de 1054;

– el protestantismo implica en sí mismo la imposibilidad de la civilización cristiana y, por lo tanto, se erige como el antioccidente “esencial”[1];

– actualmente, Occidente significa el sistema de democracias liberales, hegemonía de la angloesfera (Estados Unidos de América y Reino Unido + Australia, Nueva Zelanda y Canadá);

– el Occidente “esencial” y lo que hoy se entiende por Occidente son irreconciliables.

El carácter irreconciliable a nivel doctrinal entre el Occidente “esencial” y lo que hoy se entiende como Occidente es evidente en cuanto se ha comprendido la identidad del Occidente “esencial” como cristiandad y la identidad de lo que hoy se entiende como Occidente como el sistema de democracias liberales (dirigidas por los angloamericanos); de hecho, tanto el liberalismo como el democratismo son ideologías de la modernidad, duramente condenadas por el Magisterio de la Iglesia[2], que niegan en su raíz la idea misma de res publica christiana, tanto en el plano ideal como en el histórico factual.

La hegemonía llevada a cabo por la angloesfera sobre lo que actualmente se denomina Occidente nos indica, además, la matriz protestante del sistema cultural-social-político en objeto, no en el sentido que solo los países (históricamente) protestantes son considerados hoy en día Occidente, sino en el sentido de que es la herencia filosófico-política del protestantismo la que define el horizonte ideológico del sistema. Los países y los pueblos católicos y ortodoxos (pero también islámicos, budistas, sintoístas, etc.) adscritos a Occidente son de este modo “protestantizados” de formas y modos variables, que van desde el proselitismo directo (véase la acción ejercida en los últimos cien años por los Estados Unidos de América en América Latina para difundir las sectas protestantes) a la simple intervención política-cultural para redefinir la política, el derecho y la cultura local según el paradigma protestante liberal (es lo que ha sucedido en Italia, pero también en Japón desde 1945 en adelante), pasando por el intento de “protestantizar” desde dentro las instituciones religiosas-morales-culturales a fin de convertirlas en un instrumento del sistema “occidental” (es innegable, por ejemplo, que la Iglesia católica ha sufrido un masivo proceso de “protestantización” y de “conversión” liberal; la misma consideración hay que hacer respecto al universo greco-cismático sobre el patriarcado de Constantinopla).

Allí donde no se opta por una difusión directa del protestantismo se lleva a cabo, igualmente, una “protestantización” sistémica el país, de su cultura política y sus instituciones religiosas-morales. Lo que nunca se permite es

  • la realización de un modelo social-político diferente al laico-liberal;
  • el mantenimento o restablecimiento de una Weltanschauung alternativa a la protestante liberal.

En “Occidente” y por “Occidente” se permitirá ser católico, ortodoxo, hebreo, musulmán, budista, sintoísta, etc., pero en el sentido protestante liberal, es decir, como opción de voluntad y como hecho privado. Por el contrario, no se permitirá instaurar una civilización metafísicamente fundada, es decir, una civilización en sentido clásico. Por consiguiente, nunca se permitirá un re-nacimiento de la cristiandad, de la res publica christiana.

Una vez comprendido esto, hay que concluir con amargura que un Occidente así entendido es el principal obstáculo a la recuperación del Occidente “esencial”. Es precisamente el sistema de las democracias liberales guiado por la angloesfera el que se opone radicalmente, siempre y a pesar de todo, a cualquier esfuerzo de instauración de la res publica christiana. Dicho sistema solo puede y quiere actuar así: desde el punto de vista protestante y liberal, la res publica christiana y la propia cristiandad (civilización y sociedad orgánica con una propia y sólida doctrina, síntesis de la Divina Revelación, la filosofía griega y el derecho romano) son monstruosidades inaceptables, por lo que impedir su renacimiento ¡es un deber imperativo!

Carlomagno redivivo sería juzgado de inmediato como un enemigo de Occidente y lo mismo pasaría con Teodosio el Grande, el emperador san Enrique y todos los grandes monarcas cristianos, desde san Esteban de Hungría hasta el beato Carlos de Habsburgo pasando por san Luis IX de Francia. Por no hablar de los grandes papas de la cristiandad como san Gregorio VII o Inocencio III. El Sacro Romano Imperio, así como todo lo que se clasifica como Iglesia “constantiniana”, es actualmente juzgado como autocrático, iliberal y autoritario, teocrático y antidemocrático, es decir, implícitamente (si no explícitamente) como no-occidentale, contrario a los valores de Occidente[3]. ¿Qué Occidente?

Occidente entendido como modernidad ideológica, la modernidad de la que Lutero fue el padre, que desde hace cinco siglos infesta Europa y que desde hace tres se ha impuesto, primero culturalmente en las élites, después política y jurídicamente tras revoluciones y bayonetas y, por último como pensamiento común indiscutible.

Al actual “Occidente” en manos anglo-estadounidenses le gusta presentarse como progresista-democrático y así lo hemos entendido en su irreconciliable alteridad con la cristiandad u Occidente “esencial”. Sin embargo, sería más justo hablar de lo que se denomina comúnmente Occidente como el sistema de la modernidad/posmodernidad ideológica; de hecho, desde Lutero al transhumanismo, todo encuentra su lugar en el sistema “Occidente”. Todo salvo el orden natural y la res publica christiana.

El Occidente actual (en modo particular la angloesfera y la Europa occidental que más depende de ella) se sitúa ya, ideológicamente, más allá de la misma democracia progresista; se afirma como sistema-proceso que resume todas las ideologías de la modernidad y la posmodernidad. Basta pensar en el marxismo que triunfa actualmente en Occidente en las formas del estatismo social-democrático, del neo-socialismo, del marxismo cultural neo-gramsciano y del trotskismo en sus varias declinaciones[4].

Durante la crisis del COVID tuvimos la prueba experimental con la suspensión de las libertades progresistas y el mito de la soberanía popular desmentido por una tecnocracia supranacional capaz de imponerse sobre la casi totalidad del “mundo occidental”. El Occidente actual sigue siendo liberaldemocrático en su autorepresentación pero, sin ni siquiera renegar la ideología progresista y la ideología “democraticista” de su base, el sistema jurídico, político y cultural ya ha ido mucho más allá en el proceso de la Revolución. Para entender el sistema “occidental” actual es urgente estudiar, más que las “viejas” Constituciones liberaldemocráticas, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los documentos programáticos de las Organizaciones internacionales y de la UE, las publicaciones de los grandes think tank estadounidenses, además de ensayos como La cuarta revolución industrial de Klaus Schwab y Homo deus. Breve historia del mañana de Yuval Noah Harari, sin olvidar maîtres à penser menos pop pero no menos significativos como Jacques Attali o Bernard-Henri Lévy.

Nuestro Observatorio ha dedicado su XIII Informe sobre la Doctrina social de la Iglesia en el mundo a “Il modello cinese: capital-socialismo del controllo sociale” [“El modelo chino: capital-socialismo del control social”], subrayando cómo el capital-socialismo del control social llevado a cabo por el Partido comunista en China es seguido, de otra manera y con matices distintos, como lo es el sistema occidental. China se sitúa como laboratorio experimental de una nueva forma socio-político-cultural-económica de la modernidad/posmodernidad, no bajo el aspecto de la forma constitucional (república popular de partido único) o de clara ideología (comunismo marx-leninista), sino como sistema totalitario que es una síntesis de capitalismo y socialismo a través de un masivo empleo de la tecnología integrada a la psicología de masa para un control total y una obra invasiva de manipulación de las conciencias.

En esto el modelo chino es más “occidental” de lo que se pueda imaginar y el Occidente actual es más “chino” de lo que se quiera comúnmente admitir. Dadas las premisas actuales se corre el riesgo de tener, en los próximos años, una confrontación geopolítica entre China y “Occidente”[5] por la egemonia mundial en la forma de un choque de fuerza en presencia de una única ideología (ese capital-socialismo del control social que lleva/llevará consigo también la opción transhumanista y todo el aparato de la Revolución) declinada en sentido radical en Occidente y en sentido mao-confuciano en China. Estaremos en presencia de una no-alternativa o de una falsa alternativa: ambas vías llevan al totalitarismo capital-socialista (transhumanista)[6].

Ante tal panorama y tan inquietantes escenarios, ¿cuál es la posición del catolicismo político? Por desgracia, hay que constatar la ausencia, desde hace mucho tiempo, de un verdadero catolicismo político, y aún más la ausencia de poderes que se conciban a sí mismos como poderes católicos. El catolicismo es evanescente como doctrina política e inexistente como fuerza geopolítica.

Esta evanescencia e inexistencia son consecuencia de la imposición histórica de la modernidad ideológica en Europa y del acomodo llevado a cabo, de facto, entre el catolicismo y la Revolución. Fue precisamente el acomodo entre la Revolución y el catolicismo, primero condenado, luego tolerado y, finalmente, alabado y promovido incluso dentro de la propia Iglesia, lo que hizo que el catolicismo político dejara de tener razón de ser. Hoy en día, los católicos en política no son portadores de una doctrina política católica, sino exponentes de las diversas opciones de la posmodernidad política, generalmente todas incluidas en el universo liberal-democrático. Esto lleva a la paradoja de que los católicos sean hoy los primeros y más celosos apologistas de la democracia liberal y sus desarrollos actuales, olvidando por completo la radical irreconciliabilidad entre la democracia liberal y la res publica christiana, entre modernidad/postmodernidad ideológica y cristiandad.

No podemos ocultar que la secular batalla entre cristiandad (el Occidente “esencial”) y la Revolución (el Occidente como modernidad/posmodernidad ideológica) ha sido ganada por la Revolución, que hoy se erige en Occidente tout court, pretendiendo incluso encarnar lo mejor que los propios cristianos deberían desear. La derrota es tal que hoy no existe ningún poder temporal que encarne el catolicismo político, y los propios católicos hace tiempo que se han visto inducidos en su mayoría a identificarse y ponerse del lado de su propio gran enemigo secular: la modernidad/posmodernidad ideológica elevada a la categoría de “Occidente único”. Un síndrome de Estocolmo colectivo que lleva décadas embotando las mentes de la mayoría.

Una condición previa para cualquier discurso sobre el catolicismo político es denunciar este síndrome de Estocolmo colectivo y superarlo. Solo puede haber un catolicismo político allí donde los católicos empiecen a pensar de nuevo según las categorías de la Doctrina católica (y no según los paradigmas ideológicos de la modernidad/postmodernidad) y luchen por la instauración de la res publica christiana (y no por el sistema de las liberal-democracias), para concebir la libertad y el pueblo según la tradición político-jurídica del cristianismo, para entender el Estado según lo que, por ejemplo, enseñó León XIII en Immortale Dei.

Resumiendo en pocos puntos el catolicismo político en su esencialidad podemos enumerar:

  • Realeza social de Cristo;
  • Fundamento en Dios de toda autoridad, incluida la política;
  • Distinción pero no separación entre res publica e Iglesia;
  • Primado de lo espiritual sobre lo temporal y potestas in temporalibus de la Iglesia;
  • Deberes públicos de religión;
  • Iusnaturalismo clásico y principio de legitimidad (de origen y de ejercicio);
  • Concepción ética finalizada al derecho y la política;
  • Política finalizada al bien común metafísicamente entendido;
  • Principio de subsidiaridad en el reconocimiento de la familia y los cuerpos sociales, de sus fines y de las libertades naturales-tradicionales a ellos vinculadas;
  • Concepción orgánica y jerárquica de la sociedad y de la res publica;
  • Unidad profunda de la sociedad en la unidad de la Verdad cristiana.

Ni siquiera requiere, siendo evidente, la demostración de la incompatibilidad de todos y cada uno de los puntos con el sistema ideológico-(geo) político hoy conocido como Occidente, con sus premisas, sus valores y sus sistemas constitucionales.

Si es un síndrome de Estocolmo considerarse católico “del lado del Occidente liberal-democrático”, una grave ingenuidad sería también elegir acríticamente como modelo a otras potencias que operan hoy en la escena mundial. Desgraciadamente, ningún poder temporal encarna hoy el catolicismo político, ninguno puede ser tomado como modelo.

Ciertamente, hay países donde el sentido crítico hacia la ideología progresista, los “nuevos derechos”, la globalización está más desarrollado, donde la distopía transhumanista y el capital-socialismo de control social se juzgan abiertamente como peligros a combatir. Ciertamente, hay que señalar que incluso una gran potencia como Rusia, en su dirección política y en la jerarquía eclesiástica del patriarcado de Moscú, así como en la cultura generalizada, tiene un alto grado de conciencia crítica del sistema ideológico-político del Occidente moderno/posmoderno. El sistema político ruso se presenta hoy como ajeno al laicismo liberal y a las derivas radicales de Occidente; la Federación rusa se muestra deliberadamente en armonía con la Iglesia ortodoxa rusa y se concibe como expresión de una civilización de la que el cristianismo es una nota esencial. Todo esto no puede sino ser observado con interés.

Sin embargo, la Rusia actual está cargada de contradicciones, no solo en el plano de la práctica política sino también en el de la ideología, contradicciones que hacen del “modelo ruso” una mezcla desigual de lo moderno y lo antimoderno, lo ideológico y lo tradicional, lo revolucionario y lo contrarrevolucionario.  Dicho esto, incluso si estas contradicciones se resolvieran a favor de la tradición (y esto es, por supuesto, deseable), el Imperio ruso sería una potencia cesárea-bizantina, es decir, una especie de Imperio romano de Oriente restaurado en su consistencia posterior a 1054.

Sería sin duda un interlocutor interesante que ofrecería numerosas oportunidades de entendimiento y de convergencia, sin por ello ser identificable como la fuerza expresiva del catolicismo político. El catolicismo político es otra cosa, es esa tradición socio-política-económica-jurídica estratificada en los siglos de la Edad Media latina (y continuada en el Barroco, especialmente en los dominios de los Habsburgo de España y del Imperio) que la Doctrina social de la Iglesia ha destilado en los grandes documentos sociales de papas como León XIII.

Durante demasiado tiempo el catolicismo político ha desaparecido de la escena mundial; durante demasiado tiempo el verdadero catolicismo político ha sido sustituido por un liberal-democratismo, con mayores o menores injertos de socialismo, abusivamente disfrazado de catolicismo. El proceso es antiguo y se remonta al menos a finales del siglo XVIII; creció en el siglo XIX con el catolicismo liberal y el americanismo social hasta la victoria de las potencias liberal-masónicas (Inglaterra, EE.UU., Francia e Italia) en la Primera Guerra Mundial y el consiguiente proceso de asimilación del catolicismo político a la liberal-democracia. Un proceso que, tras la victoria angloestadounidense en la Segunda Guerra Mundial, experimentó una poderosa aceleración casi sin obstáculos. Desde hace 70 años asistimos a la completa asimilación del catolicismo político a la democracia liberal, es decir, a la extinción suicida del catolicismo político.

La actual crisis de la globalización y el unipolarismo (hegemonía global estadounidense tras el colapso de la URSS), así como las turbulencias internas del propio Occidente (piénsese en el trumpismo en EE.UU. y en los movimientos soberanistas-populistas en Europa) abren interesantes escenarios para un resurgimiento del catolicismo político a nivel de masas populares y, en perspectiva, de las mismas proyecciones geopolíticas.

Una condición previa para que emerja un catolicismo político es la ruptura de toda dependencia del universo ideológico liberal-democrático (o más bien moderno/posmoderno), lo que implica distanciarse, a nivel de las instituciones internacionales, de todas aquellas realidades que son la estructura proyectiva de la democracia liberal, para poder volver a pensar la política y el derecho según las categorías clásicas y cristianas. Es necesario superar cualquier complejo de inferioridad hacia la modernidad ideológica, recuperarse del síndrome de Estocolmo, volver a trabajar por el cristianismo, por la res publica christiana.

También hay que tener la valentía política de plantear ciertas cuestiones rupturistas, por ejemplo, preguntarse si el compromiso con la res publica christiana es compatible con la pertenencia a la OTAN, la UE, la OCDE o el Consejo de Europa. O si, más bien, el compromiso con la res publica christiana no exige un compromiso de emancipación de las instituciones supranacionales que son la expresión de un paradigma ideológico, el liberal-democrático secular, irreconciliable con la concepción tradicional del catolicismo político. Hay que plantearse la pregunta sin complejos y contestarla con la verdad, sin autocensura.

En esto es interesante notar cómo ya hay ejemplos de gobiernos conservadores-populistas con una clara connotación identitaria cristiana, que han entendido la necesidad de pensar alternativamente al paradigma liberal-democrático y posicionar a su país en una línea geoestratégica diferente a la de la angloesfera; entre ellos el gobierno de Orban en Hungría y el de Bolsonaro en Brasil. Además, hay numerosos gobiernos africanos de inspiración cristiana que ahora buscan abiertamente una vía sociopolítica-cultural alternativa a la del Occidente liberal, reconocida como incompatible con el cristianismo y los valores tradicionales (africanos).

Los propios Estados Unidos son simultáneamente el centro de decisión (político, económico, militar, cultural) de Occidente, entendido como Revolución, como modernidad/posmodernidad ideológica, y, también, el campo de una viva batalla político-cultural en la que se cuestiona la propia idea de ese mismo Occidente ideológico. El trumpismo, a estas alturas un fenómeno mucho más importante que el propio Trump, representa en Estados Unidos esa oportunidad histórica de cuestionar el modelo “occidental” que se ha impuesto durante al menos los últimos cien años. Dentro del mundo trumpiano existen, de hecho, puntos críticos intelectualmente muy avanzados que llegan a cuestionar buena parte del sistema ideológico “occidental”, aportando, en cambio, paradigmas propios del cristianismo y de la DSI clásica[7]. Trump está lejos de expresar una idea política católica, pero el movimiento en torno a él permite por fin cuestionar la idea hasta ahora hegemónica de América y Occidente y, de este modo, ofrece espacio y da agilidad política a un pensamiento puramente católico en el sentido tradicional.

Los católicos deben ser capaces de aprovechar las oportunidades que ofrece el momento histórico para salir del cautiverio liberal-democrático y volver a pensar en la política según las categorías de la Doctrina católica. Las modalidades de esto solo pueden variar de un país a otro, de una situación a otra. Lo que es posible en Hungría puede no serlo en Francia; lo que es posible en un país africano católico puede no serlo en un país de la OTAN; lo que es posible en Brasil puede no ser alcanzable en un país de la UE; lo que puede esperarse en una nación tradicionalmente católica es diferente de lo que es realista perseguir en naciones tradicionalmente protestantes. Con modalidades, tiempos, tácticas e instrumentos diferentes, incluso muy diferentes, de un país a otro, los católicos tienen, sin embargo, la responsabilidad histórica en todas partes de captar la crisis actual del Occidente moderno/posmoderno y de aprovecharla para sacudirse los grilletes ideológicos de la democracia liberal y sus inquietantes desarrollos. Solo emancipándose del Occidente ideológico moderno/posmoderno es posible que el Occidente “esencial” vuelva a entrar en el mundo y abra posibilidades para un cristianismo renovado. ¡A los católicos de hoy les corresponde la tarea de tal empresa!

Don Samuele Cecotti

Immagine: Il Ratto di Europa, (Mosaico del III secolo d.C.), rinvenuto a Byblos e conservato al Museo nazionale di Beirut.

 

[1] Para comprender la fuerza destructiva del protestantismo, su fundamental carácter inconciliable con la civilización cristiana, hacemos referencia a tres textos entre los muchos que merecerían ser mencionados: J. Maritain, Tres reformadores; P. Correa de Oliveira, Revolución y contrarrevolución; D. Castellano, Martin Lutero. Il canto del gallo della modernità.

[2] Las condenas del magisterio del liberalismo son muy numerosas y sin igual por su dureza: desde la Mirari vos de Gregorio XVI a la Ubi arcano Dei de Pío XI pasando por la Quanta cura del beato Pío IX. Bastan las palabras del papa León XIII que señala a Lutero como el fundador de los liberales: «Pero ya hay muchos emuladores de Lucifer -que lanzó aquel impío grito de no serviré- que, en nombre de la libertad, practican una absurda y contundente licencia. Tales son los seguidores de esa doctrina tan extendida y poderosa que se han dado a sí mismos el nombre de liberales, tomándolo de la palabra libertad» (Libertas praestantissimum).

[3] Para tener conocimiento de los “valores occidentales” no es necesario hacer referencia a la ya célebre homilía del patriarca Cirilo I de Moscú (Ecco la “scandalosa” omelia del Patriarca di Mosca – Aldo Maria Valli); basta considerar la autoconciencia misma de los poderes atlánticos: el jefe del MI6 (el Secret Intelligence Service británico) sir Richard Moore escribía el 25 de febrero de 2022: «With the tragedy and destruction unfolding so distressingly in Ukraine, we should remember the values and hard won freedoms that distinguish us from Putin, none more than LGBT+ rights» [“Ante la tragedia y la destrucción que se está produciendo de forma tan angustiosa en Ucrania, deberíamos recordar los valores y las libertades que tanto nos ha costado conseguir y que nos distinguen de Putin, nada menos que los derechos LGBT+”]. El embajador de Estados Unidos de América en Afganistán no encuentra nada mejor que izar la banda arcoíris del orgullo gay en la embajada de Kabul poco antes de la vergonzosa retirada estadounidense del país. Y se podría seguir con decenas o centenares de ejemplos.

[4] Con la caída de la URSS, el que fue derrotado fue el marx-leninismo soviético, no el marxismo tout court (y tampoco el marx-leninismo en sí mismo), que se ha implantado de manera estable en Occidente, donde había nacido y desde donde se había difundido hacia el este. El diamat, es decir, el materialismo dialéctico asumido como sistema filosófico oficial de la URSS no es, desde luego, la forma especulativamente más sólida y corrosiva del marx-leninismo, sino que es más bien una versión “estabilizada” con el fin de proporcionar un armazón conceptual y metodológico al entonces régimen soviético. Otras formas de marxismo son la social-democracia (Segunda Internacional) muy difundida en Europa continental, el gramscismo (interpretación italiana del marx-leninismo de la Tercera Internacional), el trotskismo (Cuarta Internacional. Es interesante observar cómo la Cuarta Internacional comunista, que teorizó la “revolución permanente mundial” se desarrolló en 1938 en Francia en presencia de los representantes de las mayores potencias de Europa y América), el maoismo, el marx-freudismo, etc. Es un error común pero no por esto menos grave y que induce a tergiversación, identificar el marxismo solo con el sovietismo (acerca del diamat véase el ensayo de 1948 del padre G. A. Wetter, s.j., titulado Il materialismo dialettico sovietico) olvidando que la perversidad intrínseca del comunismo no está vinculada a un estatismo (el soviético), sino a un paradigma ideológico ateo-materialista contrario a la verdad y la justicia presente tanto en el diamat sovietico como en el pensamiento social-democrático, liberal-socialista, gramsciano, trotskista, maoista, marx-freudiano, etc.

[5] No olvidemos la profunda relación entre Estados Unidos y la China comunista desde hace al menos 50 años. Fue EE.UU., en una función antisoviética, quien favoreció el ascenso geopolítico y económico de la China comunista a partir de los años 70; fue EE.UU. quien quiso que China entrara en la OMC para convertirla en un actor de la globalización; fue EE.UU. (+ Europa Occidental) quien promovió la industrialización de China en los últimos 30 años haciendo del gigante comunista “la industria manufacturera mundial”.

[6] Es interesante observar lo que declaraba el 15 de agosto de 2020 en la transmisión televisiva Segnalibro (SEGNALIBRO PUNTATA DEL 15 AGOSTO 2020 GIULIANO DI BERNARDO – YouTube ) el profesor Giuliano Di Bernardo, filósofo de la ciencia, exGran Maestro del Gran Oriente de Italia, luego fundador y Gran Maestro de la Gran Logia Regular de Italia (la única obediencia masónica italiana reconocida por la Gran Logia de Inglaterra), sobre China, el gobierno mundial, la pandemia COVID, el transhumanismo, el uno-divino, etc.: https://www.liberoquotidiano.it/articolo_blog/blog/andrea-cionci/29380859/massoneria-gran-maestro-di-bernardo-stop-democrazia-uno-dio-cinese-pandemie.html

[7] A título de ejemplo indicamos los volúmenes Why Liberalism Failed de Patrick J. Deneen y The Tyranny of Liberalism de James Kalb, además del artículo The Catholic Case for Secession? de Eric Sammons (https://www.crisismagazine.com/2020/the-catholic-case-for-secession). Véase también la elaboración doctrinaria en sede jurídico-constitucional y iusfilosófica del profesor Adrian Vermeule.

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Don Samuele Cecotti
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