El tema de la promoción obrera –podríamos decir, en sentido amplio, de los empleados– es uno de los principales planteado por la Doctrina Social de la Iglesia en lo que se refiere a su capítulo socio-económico en la línea de una auténtica renovación social con alcances en los ámbitos político y cultural. Baste mencionar, solamente, la emblemática carta Encíclica Rerum novarum (5 de mayo de 1891) de León XIII para caer en la cuenta de la importancia del asunto.

Se trata, también, de un tema en común que compartieron, cada uno desde su rol social, dos grandes laicos católicos argentinos: el siervo de Dios Enrique Shaw y Carlos Alberto Sacheri.

En cuanto a Enrique Shaw, una figura que fue ganando en difusión en la misma medida en que fue avanzando el proceso en orden a la beatificación y canonización, la promoción obrera no es solamente un apunte teórico sino una realidad existencial. Como refiere unos de sus principales biógrafos, cuando todavía Enrique era oficial de la Armada Argentina, fue designado por sus superiores para ir a la Universidad de Chicago por dos años para realizar allí un curso de Meteorología. “El viaje [desde Buenos Aires] duró treinta y un días, los cuales fueron muy bien aprovechados por Enrique, pues a bordo pudo conversar tranquila y largamente con dos inteligentes capellanes franco-canadienses de la J.O.C. (Juventud Obrera Católica). Uno de ellos sería obispo de Canadá. Aquellos dos sacerdotes le hicieron comprender la importancia que para el mundo del siglo veinte tenía el trabajar para la promoción y conversión al catolicismo de los obreros que, en general, eran ateos y no suficientemente promovidos por los empresarios cristianos” (Romero Carranza, A., Enrique Shaw y sus circunstancias, Buenos Aires, Acde, 2009, p. 81). Una vez que logró la baja de la Armada Argentina, su propósito era el de trabajar como obrero. No obstante lo dicho, León Fourvel, el tío materno de Cecilia, su esposa, le ofreció ingresar en la importante fábrica de vidrios argentina Cristalería Rigolleau S. A., en la cual trabajaban tres mil cuatrocientos obreros que podrían estar, más adelante, cuanto estuviera Enrique al tanto de todo lo referente a la industria del vidrio, bajo su mando y dirección. Sin embargo, Enrique dudó en aceptar tan buena proposición por sentirse atraído a emplearse en Norteamérica como obrero para conocer más a fondo los problemas espirituales y económicos de los trabajadores”. Con todo “su confesor, el sacerdote norteamericano monseñor Reynold Hilldebrand, con quien conversó acerca de su idea apostólica, lo convenció de que su lugar no era el vivir y trabajar con obreros sino entre los empresarios; que el apostolado debe ejercerse en el propio ambiente; que el suyo no era el del proletariado; que, para trabajar por la promoción de la clase trabajadora, más convenía hacerlo como patrón que como asalariado” (Romero Carranza, A., Enrique Shaw y sus circunstancias, p. 89).

Enrique Shaw, además, se ocupó del tema de la promoción obrera como dirigente de empresa y como estudioso y difusor de la Doctrina Social de la Iglesia. En este sentido, además de otros escritos, ahora resulta útil referirse a su conferencia “El papel del dirigente de empresa” (3° Jornadas Nacionales de Acción Católica –Mendoza, Agosto de 1958, Problemas humanos de la empresa, Buenos Aires, Ediciones del Atlántico, 1959). Afirma allí: “El «clima» de la empresa debe ser tal que contribuya a la ascensión del hombre y le brinde por su trabajo y en su trabajo la mejor de sus oportunidades para su desarrollo; el D. de E. [dirigente de empresa] debe dar toda la libertad posible para que cada uno sea dueño de sus actos y pueda expresar su personalidad. (…). Todo hombre debe poder cumplir con el mandato divino: «Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto». Toda autoridad debe posibilitar el cumplimiento de este mandato. Los trabajadores tienen el derecho a que la empresa sea el instrumento de su propia dignificación. (…). A todos nos gusta ser apreciados, que se nos consulte. El trabajo del subordinado tiene, con respecto al de quien dirige, cierta lejana proporción –dentro de una empresa, por ejemplo– con las causas segundas en la obra creadora y providente de Dios. Aunque obedece, el subordinado conserva su personalidad de productor inteligente y no queda desprovisto de toda iniciativa. Su obra es también de valiosa colaboración con la obra soberana de Dios y de excelsa solidaridad con toda la comunidad humana” (Problemas humanos de la empresa, p. 31). Además, señala como una de las más urgentes aplicaciones de los principios de la vida socioeconómica la “voluntaria reforma de la empresa, de modo de establecer el diálogo con los obreros, interesándolos en la vida de la empresa, haciendo que las relaciones se establezcan teniendo en consideración la verdadera dignidad humana, tendiendo así a una comunidad de empresa” (Problemas humanos de la empresa, p. 39).

Por su parte, Carlos Alberto Sacheri dedica un capítulo especial de El orden natural al tema del proletariado y la promoción obrera. Luego de caracterizar al proletario, con autores como G. Briefs y E. Welty, como el “asalariado que tiene que enajenar permanentemente su capacidad de trabajo, carente de seguridad, de arraigo social y de bienes propios, estando sujeta su vida a una total dependencia en lo económico y en lo cultural”, invita a la correspondiente desproletarización y consiguiente auténtica promoción obrera. Lejos de todo ideologismo, invita a adoptar una mirada realista sobre el asunto. En este sentido, observa que “la desproletarización no podrá consistir en una única medida sino en un conjunto armónico de medidas complementarias” (Sacheri, C. A., El orden natural, Buenos Aires, Eudeba, 1975, p. 127). Señala como principales las que siguen:

“1. Estabilidad del empleo mediante una política de pleno empleo y una oferta diversificada de puestos para las nuevas generaciones.

2. Capacitación profesional y propiedad del oficio especialmente para operarios no calificados y con miras a absorber el impacto de la automatización futura.

3. Promoción de la Seguridad Social responsable y solidaria a la vez que de los servicios asistenciales indispensables.

4. Participación corresponsable a nivel de cada empresa y de la economía nacional, en base a la competencia real de los asalariados.

5. Política salarial que permita el ahorro y la coparticipación en la propiedad de los bienes de producción.

6. Amplio acceso a la cultura y orientación del sano empleo del «tiempo liberado» de tareas laborales”.

7. Favorecer la movilidad social de una clase a otra a través del acceso a la propiedad y la cultura.

8. Difusión de la propiedad inmueble (vivienda, etc) y mueble (equipamientos, acciones empresarias, cooperativas, fondos de inversión, etc) entre todos los sectores.

9. Favorecer la integración social mediante la participación en la formulación de un proyecto nacional que asuma los grandes valores nacionales compartidos.

10. Promover una eficaz participación política de todos los sectores a nivel comunal y regional.

11. Consolidar un orden profesional e interprofesional de la economía con la armónica colaboración del sector asalariado y patronal.

12. Saneamiento de las estructuras sindicales que defienda los legítimos intereses del sector asalariado.

13. Revitalizar la moralidad pública mediante la difusión de las ideas rectoras del orden natural.

14. Intensificar la formación religiosa y la difusión de sus valores” (El orden natural, p. 127-128).

El dicho reza que verba volant, exempla trahunt. Un ejemplo de la vida de Enrique Shaw vale para ilustrar la coincidencia de fondo con las propuestas de Carlos Alberto Sacheri. Se trata del testimonio de la hija de uno de los trabajadores de Cristalería Rigolleau:

“Un ejemplo [de relaciones humanas basadas en los principios evangélicos] fue su capacidad de asumir riesgos personales y familiares por amor a sus obreros y fidelidad a sus convicciones durante el año 1961.

En ese momento los accionistas mayoritarios de la empresa decidieron cesantear a 1.200 obreros en virtud de una de las tantas crisis económicas que afectaron  la industria nacional. Enrique Shaw se opuso a tomar esa medida y arriesgando su cargo de Director Delegado en las Cristalerías Rigolleau, viajó a Estados Unidos para impedirlo. Propuso medidas profesionales y económicas garantizando con su firma que ningún obrero sería despedido mientras durara su buena conducta. Este hecho, de gran significación para todas esas familias de trabajadores, me involucra de un modo particular ya que mi padre era uno de esos obreros de la fábrica. Mi papá trabajó 26 años en Rigolleau y siempre me contó que a pocos meses de mi nacimiento se había producido en la fábrica una situación por la cual había corrido el riesgo de quedar desocupado. Siempre agradecí el trabajo sacrificado de mi padre como obrero y después como capataz de la fábrica, gracias a lo cual tuvimos estabilidad económica y educación. Pero profundizando sobre la vida de Enrique Shaw he descubierto que también a él tengo que agradecerle porque ha sido sus principios y su intervención los que permitieron en aquel momento que mi padre no perdiera su trabajo” (Liliana Porfiri, en Shaw de Critto, S., Viviendo con alegría. Testimonios y breve biografía de Enrique Shaw, Buenos Aires, Editorial Claretiana, 2017, p. 134-135).

Germán Masserdotti

@GermanMasser

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Germán Masserdotti

Membro del Collegio degli Autori