
Como siempre, resulta necesario saber de qué estamos hablando, saber qué significa el concepto o idea en cuestión, más allá de toda apreciación o consideración subjetiva.
Yendo al tema que nos ocupa, fue el sociólogo británico Michael Young uno de los primeros en acuñar el concepto de meritocracia en su libro El ascenso de la meritocracia (1958), y como bien afirmaba, la validación o merecimiento de los privilegios obtenidos proviene de la siguiente ecuación: Coeficiente Intelectual + Esfuerzo = Mérito.
Para la Real Academia Española, mérito es la acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza, y meritocracia es aquél sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. Para los clásicos, la aristocracia era el gobierno de los mejores.
En este breve comentario haremos referencia a lo expresado por dos personas que, como argentinos, nos tocan muy de cerca. Una de ellas es Su Santidad el Papa Francisco, cuyas afirmaciones nos han dejado algo confundidos; la otra, el señor Alberto Fernández, presidente de los argentinos, cuyos conceptos vertidos sobre el tema, lejos de confundirnos, no hacen más que esclarecer uno de los motivos por los cuales Argentina está en crisis terminal. Veamos.
En un evento realizado hace algunos días en el Dicasterio de Cultura y Educación, el Papa Francisco expresó que una falsa concepción de la meritocracia puede socavar la noción de dignidad humana, porque corre el riesgo de concebir la ventaja económica de unos pocos como ganada o merecida. Asimismo, afirmó que la pobreza de muchos es vista, en cierto sentido como su culpa, de modo que –concluyó- si la pobreza es culpa de los pobres los ricos están exentos de hacer algo, y también exhortó a no utilizar el comportamiento pasado de un individuo para negarle la oportunidad de cambiar, de crecer y de contribuir en la sociedad (Telam, 27/3/23).
Tiempo atrás, en su cuenta de Twitter, reflexionando sobre la cita de Mateo 20, 1-16, dijo: Quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, pasa de ser el primero a ser el último. En cambio, quien confía con humildad en la misericordia del Padre, pasa de último a primero. (@Pontifex_es, 20/09/20).
Con todo el respeto que merece la palabra de Su Santidad, si el mérito supone, precisamente, el merecimiento de alguna ventaja, económica o no, en virtud de las capacidades, habilidades y esfuerzo realizado por determinada persona o grupo social, por qué no reconocer dicha ventaja como legítimamente ganada y merecida? Por qué el reconocimiento de un mérito personal y de una ventaja económica ganada sin perjuicio de nadie supone, necesariamente, desconfiar de la misericordia de Dios y nos lleva de ser los primeros a ser los últimos? Quien es el que le niega a los pobres la oportunidad de cambiar de situación, de crecer y de contribuir en la sociedad?
Acaso, hacer florecer y desarrollar los talentos y capacidades que Dios nos ha dado no es obligación de todo mortal y para beneficio de todos los mortales? Y si en virtud de dichos talentos y del propio esfuerzo personal progresamos económicamente (mérito), ello supone socavar la dignidad humana en nombre de una falsa meritocracia?
Debo confesar públicamente que me confunden estas afirmaciones de Su Santidad, pues mis padres, maestros y sacerdotes con los cuales me formé, me han enseñado el valor del trabajo, del esfuerzo y del mérito personal, que los talentos y cualidades personales son dones recibidos de Dios, y que dichos talentos y capacidades hay que hacerlos fructificar y ponerlos al servicio de los demás, sin sentirnos culpables del merecido progreso personal.
Coincidentemente, también en el mes de setiembre de 2020, el presidente de los argentinos Alberto Fernández en un discurso pronunciado en la ciudad de San Juan –Argentina, afirmó que lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer –dijo- en los últimos años (La Nación, 16/09/20). Y en el mes de diciembre del mismo año, en la ciudad de Quilmes –Provincia de Buenos Aires, en oportunidad de firmar el Programa “Casa Propia” con cuatro municipios, expresó: El mérito sirve si a todos les damos igualdad de condiciones (…) sin el mínimo de condiciones no está dado, entonces el mérito no alcanza. Por eso nosotros creemos que allí donde la sociedad no puede generar condiciones de igualdad, tiene que estar presente el Estado (…) Algunos piensan que porque hablamos de ese modo nos volvimos populistas. Si ser populista es pensar en el que menos tiene y en el que más necesita, soy populista (Clarín, 28/12/2020).
En cuanto a lo dicho por el señor Alberto Fernández, no puedo dejar de lamentarlo y de avergonzarme. Sus afirmaciones explican, claramente y sin duda alguna, porque Argentina tiene hoy 40% de su población y el 55% de los niños en línea de pobreza, y explican por qué está sumida en una infracultura que no le permite recuperar aquella voluntad de ser que alguna vez tuvo y que la destacó entre las primeras potencias mundiales. Vergüenza, mucha vergüenza, porque el primer magistrado del país descree del mérito y de la excelencia sin dejar otra opción que el asistencialismo estatal, que profundiza las desigualdades sociales y socava gravemente la dignidad de muchos argentinos.
El populismo con el cual se siente identificado Alberto Fernández pretende hacernos creer, demagógicamente, que existe igualdad de condiciones y de oportunidades para todos los mortales. Y eso es falso, de falsedad absoluta, en tanto la condición de familia en la cual nos criamos y formamos, las capacidades y talentos personales, las oportunidades y circunstancias que puede, o no, ofrecernos la vida, la posibilidad de una buena educación, la voluntad de progresar y el esfuerzo empeñado, marcan necesariamente diferencias sociales y económicas. De modo que no existe la igualdad de oportunidades para todos, no es igual el punto de partida.
Y allí radica precisamente la responsabilidad del Estado, en morigerar las diferencias sociales y económicas y generar las condiciones para que todos los hombres puedan alcanzar un nivel de vida digno, cumpliendo así su cometido principal, esto es, el Bien Común. Pero el populismo demagógico, contrariamente, pregona un Estado asistencialista y omnipresente que socava la dignidad humana, siendo el responsable de condenar a los pobres a mayor pobreza e indigencia, sin darles la oportunidad de cambiar y de progresar. La equidad social, la justa distribución de las riquezas es responsabilidad primera del Estado, objetivo que debe procurar sin menoscabo de la iniciativa privada, de la empresa y de la sana competencia, sin menoscabo del esfuerzo personal, del mérito, de la excelencia social y del progreso económico.
Producto de ese populismo demagógico es que muchos hoy en Argentina reniegan de su propio esfuerzo para ganarse el pan de cada día, a la espera de una dádiva del Estado. La cultura de la demanda prevalece sobre la cultura del esfuerzo; asistidos por el Estado muchos se excusan, cómodamente, de la obligación de trabajar, en tanto otros, sin duda, merecen se les brinde las condiciones y oportunidades para progresar y conseguir así un nivel digno de subsistencia. Son los gobiernos populistas y demagógicos los que condenan a los pobres a ser cada día más pobres, sin darles la posibilidad y la oportunidad de cambiar de situación, son los gobiernos populistas los que ahondan las desigualdades sociales haciéndonos creer, falazmente, en un Estado omnipresente que, en realidad, no hace lo que tiene que hacer y hace lo que no debe (asistencialismo), socavando así la dignidad humana.
“Una sociedad prospera para bien de todos si encarna una cultura de reconocimiento al esfuerzo, la constancia, la creatividad, la innovación (…) la inversión en producción y bienestar, sobre todo en educación porque en ella reside la clave para asegurar un punto de partida más equitativo. Finalmente, si incorpora a su cultura la austeridad y la solidaridad con los más débiles. La igualdad simple, es decir, que todos los miembros de una sociedad sean iguales en todo sentido, sólo es sostenible en un sistema fuertemente autoritario que ignore las aptitudes, las capacidades, las libertades y los valores de las personas (…) ¿Qué mejor cosa podría aspirar una comunidad que ser gobernada por los mejores, beneficiada por los talentosos, impulsada en su desarrollo por los más capaces en cada esfera de la vida social, para beneficio de todos? (…) Como se hizo una lectura vinculada al mérito, se presenta la ocasión de recordar la doctrina católica al respecto que se puede resumir así: Jesús es la fuente de todos los méritos ante Dios, pero cada uno puede alcanzarlos con su esfuerzo para desarrollar los talentos recibidos. El trabajo, el esfuerzo y la constancia valen para cada persona, para la vida eterna, y valen para la comunidad. Condenar los méritos personales en nombre de una hipotética igualdad es obrar en sentido contrario al común, es empobrecer la vida comunitaria, es dar más oportunidades a la injusticia”. (Revista Criterio: Una reflexión sobre el mérito. Año 2020, Nro 2472)
Estas breves reflexiones me han hecho recordar a mi escuela primaria. Con nostalgia recuerdo que en su patio central colgaba el “cuadro de honor”, en el que figuraba el nombre de los tres mejores alumnos de la escuela, destacados por su conducta, sus calificaciones, su compañerismo y otras cualidades personales. Todos competíamos, sanamente, para poder estar en ese cuadro y merecernos un lugar privilegiado entre nuestros pares. Se premiaba la aplicación, el trabajo y el esfuerzo, el cumplimiento del deber, el mérito y la excelencia. Otra Argentina y otra realidad, muy lejos de la mediocridad que hoy nos invade y que ha pauperizado gravemente a la sociedad.
Quiera Dios que algún día volvamos a tener una dirigencia que se distinga por su mérito, calidad y excelencia, una dirigencia que promueva la meritocracia en todos los ámbitos y permita hacer resurgir a Argentina de esta decadencia moral, espiritual y social a la que la han condenado gobiernos populistas y demagógicos como el que hoy padecemos.
Daniel Passaniti
Abril 2023

Daniel Passaniti
Membro del Collegio degli Autori