En el Radiomensaje del 1° de septiembre de 1944, conocido como Oggi[1], a propósito del quinto aniversario de comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Pío XII afirma que “para cuantos se glorían de cristianos y profesan la fe en Cristo con una conducta de vida inviolablemente conforme con su ley, esta disposición y prontitud de ánimo para trabajar en común, en el espíritu de una verdadera solidaridad fraterna, no obedece sólo a la obligación moral del recto cumplimiento de los deberes ciudadanos, sino que se eleva a la dignidad de un postulado de la conciencia, regida y guiada por el amor de Dios y del prójimo, a que suman vigor los signos admonitorios del momento presente y la intensidad del esfuerzo requerido por la salvación de los pueblos” (Oggi, 4).

Llama la atención cómo, sin disimulos, Pío XII eleva su mirada al momento de procurar una solución a los graves problemas que, entonces, sufría la humanidad. Se trataba, nada menos, que de una guerra mundial. En este contexto, recuerda a los cristianos el sentido sobrenatural de su actividad política. No se trata de un vago “humanitarismo” lo que restablecerá el mundo en sus propios cimientos sino su re-cristianización.

Dicho sea de paso, el Radiomensaje Oggi, en 4100 palabras aproximadamente, menciona cinco veces el término “civilización cristiana”.

Pío XII aclara que “la civilización cristiana, sin ahogar ni debilitar los elementos sanos de las más diversas culturas nativas, en las cosas esenciales las armoniza, creando de esta manera una amplia unidad de sentimientos y de normas morales —fundamento el más sólido de verdadera paz, de justicia social y de amor fraterno entre todos los miembros de la gran familia humana” (Oggi, 10).

Una vez más, aquí se comprueba la aplicación de una idea fundamental de la cosmovisión católica de la vida que afirma lo siguiente: la gracia supone, no destruye sino que perfecciona la naturaleza. La obligación y el derecho de restablecer la vida social en Jesucristo, incluida la política, es un reaseguro de la naturaleza, no debe llevarnos a pensar que se trata de una especie de reabsorción de lo natural en lo sobrenatural. Todo lo contrario.

A decir verdad, la situación que produjo la llamada “pandemia del coronavirus” no puede compararse con la Segunda Guerra Mundial. Con todo, es cierto que vivimos en un tiempo de crisis. Entonces, también contamos con una oportunidad. Y, sobre todo, cuenta con una oportunidad la Doctrina social de la Iglesia, Madre y Maestra.

En este sentido, como también señala Pío XII, “la clarividencia, la dedicación, el impulso, el genio inventivo, el sentimiento de caridad fraterna de todos los espíritus rectos y honestos determinan en qué medida y hasta qué grado será dado al pensamiento cristiano mantener y regir la obra gigantesca de la restauración de la vida social, económica e internacional en un plano que no esté en contraposición con el contenido religioso y moral de la civilización cristiana” (Oggi, 13).

De esta manera también se comprende que Pío XII dirija a los fieles cristianos “así como a aquellos que, aun no perteneciendo a la Iglesia, se sienten unidos” al papa “en esta hora de determinaciones acaso irrevocables, la urgente exhortación de sopesar la extraordinaria gravedad del momento y de considerar cómo, por encima de toda colaboración con otras divergentes tendencias ideológicas y fuerzas sociales, sugerida a veces por motivos puramente contingentes, la fidelidad al patrimonio de la civilización cristiana y su valiente defensa contra las corrientes ateas y anticristianas es la clave de bóveda que jamás puede ser sacrificada a ningún beneficio transitorio, a ninguna mudable combinación” (Oggi, 14).

Es cierto que, y merecería otra nota evaluar por qué, el discurso “oficial” actual no es, precisamente, el de la Civilización cristiana. Basta, nomás, repasar los documentos más recientes sobre materia social para caer en la cuenta de la escasa mirada sobrenatural que se brinda sobre los problemas actuales de la humanidad.

Con todo, nos vemos obligados, como fieles cristianos, a reafirmar la actualidad y la vigencia de la Civilización cristiana como respuesta a los problemas, de ayer y de hoy, de la humanidad.

Esta prédica inequívoca de la Civilización cristiana forma parte del cumplimiento del mandato misionero. Mandato misionero que merece ser recordado a 40 años de  la carta encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990)[2] cuyo aniversario, salvo mejor información, ha pasado desapercibido.

En la Carta Encíclica Redemptoris missio, san Juan Pablo II recuerda una de esas frases paulinas emblemáticas relacionadas con la actividad misionera de la Iglesia: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9, 16).

Como precisa el papa Wojtyla, el impulso misionero pertenece a la naturaleza íntima de la vida cristiana (cf. RM, 1). Subraya que la misión atañe a todos los cristianos (RM, 2). El papa invita a “un renovado compromiso misionero” en continuidad con el Magisterio de sus predecesores. “El presente Documento se propone una finalidad interna: la renovación de la fe y de la vida cristiana. En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (RM, 2). La evangelización misionera “constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual” (RM, 2). “¡Pueblos todos, abrid las puertas a Cristo! Su Evangelio no resta nada a la libertad humana, al debido respeto de las culturas, a cuanto hay de bueno en cada religión. Al acoger a Cristo, os abrís a la Palabra definitiva de Dios, a aquel en quien Dios se ha dado a conocer plenamente y a quien el mismo Dios nos ha indicado como camino para llegar hasta él” (RM, 3). “Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (RM, 3).

El mundo necesita a Cristo y para nosotros, los cristianos, no resulta opcional predicar que solamente en su santísimo Nombre los pueblos encontrarán la paz tan anhelada. Como rezaba el lema episcopal de Pío XI: Pax Christi in Regno Christi.

Germán Masserdotti

 

[1] Pío XII, Radio mensaje Oggi, 1° de septiembre de 1944. Disponible en http://www.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1944/documents/hf_p-xii_spe_19440901_al-compiersi.html [Fecha de  consulta: 6 de octubre de 2020].

[2] San Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990. Disponible en http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_07121990_redemptoris-missio.html [Fecha de  consulta: 6 de octubre de 2020].

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Germán Masserdotti

Membro del Collegio degli Autori