Por estos días Transparencia Internacional hizo público el Índice de Percepción de la Corrupción correspondiente al año 2022 y las noticias dan cuenta que Argentina ha vuelto a ser aplazada en dicha materia. En efecto, sobre 180 países que forman parte del ranking mundial Argentina ocupa el puesto 94, sumando en la escala de medición 38 puntos sobre 100. Dinamarca (90 puntos), Finlandia (87 puntos), Nueva Zelanda (87 puntos) y Noruega (84 puntos) encabezan el ranking mundial en materia de transparencia y en Latinoamérica el mejor país conceptuado es Uruguay que ocupa el puesto 12 con 74 puntos, seguido por Chile con 67 puntos (puntaje 0 significa alta corrupción y puntaje 100 país limpio y transparente).

El mencionado Índice mide la percepción de corrupción en relación a la conducta del sector público en el ámbito político y administrativo (sobornos, desvíos de fondos públicos, etc.), refleja la distorsión de políticas públicas y del funcionamiento del Estado, la manipulación de la cosa pública en beneficio privado.

Argentina vuelve a ser aplazada, calificando por debajo de la mitad de la tabla, como consecuencia de una cultura corrupta que padece hace años.  Así se manifestó un par de décadas atrás una prestigiosa consultora internacional refiriéndose a Argentina: “La crisis económica, política y social, el debilitamiento de los valores éticos de la sociedad en general, la tardía e inadecuada administración de la justicia, la inseguridad jurídica, el incremento de organizaciones delictivas, la falta de énfasis en la prevención y detección y la falta de una adecuada política ética organizacional, son factores determinantes de incremento de la corrupción y el fraude (…), el deterioro de los valores morales impulsa la realización de acciones que impactan seriamente en la economía de las empresas y del país en general” [1]

Sin duda, la corrupción impone un alto costo al desarrollo nacional, frena el crecimiento económico y contribuye a la mayor inequidad distributiva, a una mayor pobreza y marginación social. Ahora bien, dicho fenómeno no se resuelve con la sola sanción o modificación de leyes de ética pública o el dictado de normas relativas a la información pública; la prevención, el control y el castigo resultan insuficientes por cuanto la corrupción no es causa sino síntoma de una enfermedad mayor. La razón de este flagelo es más profunda y raigal.

Vaya entonces una breve reflexión.

En el orden físico corrupción es el proceso de destrucción que comienza cuando una de las partes (órgano) se desentiende del todo (cuerpo) y concluye con la destrucción del cuerpo y de las partes. Desde el punto de vista filosófico corrupción es el acto de pervertir, alterar o trastocar la forma y el fin de alguna cosa, en tal sentido supone una perturbación profunda del orden debido, la privación que algo sufre de aquello que debería ser o del orden que debería tener. Por analogía, este concepto puede ser aplicado al orden moral, social, político y económico, verificándose también en estos órdenes el carácter destructivo que la corrupción comporta. De modo que cuando una cosa se aparta de aquello que es o para lo cual está ordenada, esa cosa o ese orden se ha corrompido y, por consiguiente, se destruye.

La corrupción es, entonces, una perturbación profunda del orden o estado debido de las cosas y, consecuentemente, deviene en un desorden tanto material como espiritual.

La vida social y comunitaria supone la existencia de un orden debido y propuesto al hombre para una mejor convivencia, de modo que la sociedad se corrompe cuando las partes se desentienden del todo, cuando la búsqueda exclusiva y excluyente del beneficio personal prevalece sobre el Bien Común, provocando desorden, anarquía social y destrucción de la vida comunitaria. De igual forma se corrompe la vida política cuando se pierde conciencia de la finalidad del poder, en cuanto éste es ejercido en función del capricho y arbitrariedad de los gobernantes, colonizando lo público en beneficio privado. El uso y abuso del poder por parte del soberano en beneficio propio, altera y pervierte la forma y finalidad misma del Estado (Bien Común).

Consecuencia de esta corrupción social y política será una sociedad en la que no existen leyes, normas jurídicas o morales a las cuales deba ajustarse la conducta de los ciudadanos (anomia social). Sociedad en la que tampoco existe conciencia de los deberes sociales y en la que predomina la ética de la avivada y del todo vale en la búsqueda del poder y del beneficio personal o sectorial. La corrupción no será, en esta instancia, tan sólo un acto aislado, sino una patología social (cultura corrupta) que incluye tanto a gobernantes como a gobernados.

Como antes expresáramos, no bastan los controles, la prevención y el castigo, ello es necesario pero no suficiente, pues apuntan a los efectos y no a las causas de la corrupción y así llegará un punto en que habrá que controlar al que controla.

La educación es la herramienta de largo plazo y más importante para combatir la corrupción: una educación auténtica y perfectiva, fundada en la virtud y en los valores del Bien y la Verdad.

Pero, lamentablemente, la educación también se ha corrompido por la amplia difusión de una pedagogía materialista y economicista que capacita pero no educa, que forma productores y consumidores pero no ciudadanos, que transmite eficiencia y habilidad pero no virtudes, que forma individuos técnicamente competentes pero culturalmente ineptos. La búsqueda de la verdad, de la verdad inútil, aquélla que es la base de la grandeza espiritual del hombre según decía Maritain[2], ha quedado soslayada y eclipsada por la cultura pragmática y utilitaria prevaleciente, que reduce el proceso educativo a la búsqueda de la profesión más útil.

Generalmente se habla del sistema corrupto como causa de todos los males sociales, políticos y económicos, pero la corrupción del sistema y los males inherentes al mismo son consecuencia de una corrupción anterior y más profunda: la corrupción de la inteligencia y de la voluntad humana. Estas, en virtud del vacío ético que caracteriza a la sociedad actual, se han apartado de los valores del Bien y de la Verdad.

”Los políticos griegos, que vivían en un gobierno popular, no reconocían más fuerza para sostenerlo que la virtud. Los políticos de hoy no nos hablan más que de fábricas, de comercio, de finanzas, de riquezas e incluso de lujo. Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todos los demás (…) Antes, los bienes de los individuos constituían el tesoro público, pero en cuanto la virtud se pierde, el tesoro público se convierte en patrimonio de los particulares. La república es un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos” (Montesquieu, El espíritu de las leyes).

Sin duda, toca a la sociedad argentina un largo camino por recorrer para poder revertir este vacío moral y la corrupción social y política consecuente que la condena al fracaso.

Urge  instalar el debate educativo que desde hace décadas sigue ausente. Urge reivindicar y volver a la verdadera y auténtica educación, la educación perfectiva, que forma hombres en la virtud y el deber, enriqueciéndolos intelectual, ética y estéticamente. Urge la formación de dirigentes, de una elite aristocrática que pueda hacer regresar a la Nación a la grandeza espiritual que alguna vez tuvo. Sí, lo reitero: una elite aristocrática, entendida según los clásicos, como el gobierno de los mejores, pues la cosa pública y los destinos de un país no pueden confiarse y encomendarse a cualquiera, menos aun cuando esos cualquiera resultan ser ineptos cuando no corruptos.

A mediano y largo plazo no queda otro camino que la educación para salir de esta mediocridad e infra-cultura reinante que condena a la Argentina a su desintegración social y al subdesarrollo. La educación es la herramienta primera y esencial, pues como afirma Abel Pose: “sólo a través de la educación y la cultura emergerán los políticos necesarios y una democracia sustancial, y no la actual parodia al servicio de un sistema decadente que en nombre de la tolerancia y el voto quinquenal disimula su corrupción y el autocratismo de una forma de poder donde la persona –el pueblo- no participa realmente del comando de su destino ni de sus opciones sustanciales” [3]

Daniel Passaniti

Febrero 2023

(Foto: Canva)


[1] Informe sobre corrupción y fraude en la Argentina, KPMG 2002.

[2] Jacques Maritain, Los grados del saber. Club de Lectores, Buenos Aires 1978, Cap. 1 – pág.24

[3] Abel Pose, El resurgir de la Argentina. Editorial Docencia, Buenos Aires 2023, pág. 38

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Daniel Passaniti
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